viernes, 25 de marzo de 2016

¿POR QUÉ NOS GUSTA EL DOLOR?

   Unas conversaciones recientes me han llevado a meditar con cierta profundidad sobre el tema del dolor; presente en numerosas prácticas BDSM. No me considero especialmente masoquista; no necesito prácticas dolorosas ni mi tolerancia es elevadísima, sin embargo, si que lo disfruto y lo busco en cierto grado. ¿Por qué? ¿Cómo es posible disfrutar de algo a priori desagradable? Le he dado muchas vueltas y creo haber encontrado una respuesta satisfactoria a mi gusto.

   La primera conclusión a la que llegué (muy obvia, por otra parte) es que "no me gusta el dolor". Algo que ya sabía desde antes de tener uso de razón. ¿Por qué no me gusta? Porque es una respuesta desagradable e incómoda ante ciertos estímulos, a veces incapacitante. Esto debería ser motivo por si solo para justificar el rechazo al dolor. Además vivo en un contexto cultural que ha demonizado el dolor, mostrándolo como algo a evitar a toda costa. No en vano en al actualidad se ingieren analgésicos como si fueran caramelos, incluso sin plantearnos si el abuso de los mismo no será más perjudicial para la salud que el dolor que pretenden erradicar. Desde pequeños aprendemos a temerlo y huir de él. Pero, profundizando más, me di cuenta que no eran esos los motivos, o al menos no los principales. Por muy indeseable que sea el dolor en si mismo lo que temo en realidad es su significado.

  Analizándolo desde el planteamiento de que el miedo es un instinto primario. ¿Por qué el dolor produce miedo? El dolor, en principio, no es algo malo per se, al contrario, es una útil señal de alerta. Es el modo en que nuestro cuerpo nos da un toque de atención y nos dice "hey, echa un ojo a esto que algo no va como debería". Y aquí está el motivo de mi miedo al dolor: "¿De qué me está avisando?". ¿Será un problema grave de salud? ¿Dejará secuelas? ¿Será reversible? ¿Podré soportarlo?... No es miedo al dolor en sí mismo; lo que tememos es esa situación incierta y presumiblemente negativa sobre la que nos está avisando, así como sus circunstancias. En otras ocasiones el origen del dolor es conocido y no tememos sus consecuencias pues sabemos que no las habrá (un dolor puntual de cabeza, pillarte el dedo con un cajón...) No disfrutamos de ese dolor, no lo deseamos, pero tampoco causa miedo ni angustia porque son dolores conocidos, sabemos como evolucionarán y que no habrá secuelas ni motivo de preocupación más allá de la molestia momentánea.

   Por tanto, el miedo al dolor es más miedo a lo que anuncia. Miedo a lo desconocido, a lo negativo, al sufrimiento. Tememos el dolor que escapa a nuestro entendimiento y nuestro control; al que puede causarnos un daño grave, al que causa sufrimiento; al que nos vuelve débiles e impotentes para actuar sobre él; al que no podemos manejar ni controlar. Estos miedo encajan en los instintos primarios de protección y supervivencia, siendo comunes a todos los seres humanos mentalmente estables. 

   Pero me gusta el dolor dentro del contexto BDSM. Lo busco, lo deseo, lo disfruto... ¿Contradictorio? Esa es la primera impresión pero, analizándolo, tiene mucha lógica para mi.

   Para empezar, hay que tener claro que no es lo mismo dolor que sufrimiento. El dolor de una enfermedad causa sufrimiento físico y espiritual por todas las connotaciones negativas que conlleva. El dolor dentro del BDSM causa placer, no sufrimiento. El contexto en el que se desarrolla crea una atmósfera de disfrute. Las prácticas dolorosas en el BDSM ofrecen la respuesta a los miedos tradicionales. Desaparece la incertidumbre del dolor pues sabemos cuando comienza y cuando termina. Podemos detenerlo cuando queramos y graduar su intensidad gracias a la palabra de seguridad; podemos decidir cuando comienza y en que zona del cuerpo vamos a sentirlo; hasta podemos decidir el tipo de dolor, según el artilugio que usemos para producirlo. Conocemos su origen y sabemos que no es mensajero de ninguna mala noticia, no es síntoma de enfermedad, no nos causará secuelas que condicionen negativamente nuestra vida futura. No es impredecible, no trastorna nuestra rutina, no destroza nuestros planes ni nuestros deseo. Proviene de una mano amiga en la que confiamos. No nos hace sufrir, ¡todo lo contrario!, la liberación de endorfinas produce placer y puede ser hasta catártica; dejándonos una sensación de relajación y paz.

   El BDSM nos ofrece una sensación de control sobre el dolor. Algo que es negativo deja de tener poder sobre nosotros. Damos la vuelta a la situación y pasamos a tener el control, el poder. El miedo desaparece y se sustituye por una sensación de euforia. Sometemos al dolor, lo vencemos... podemos más que él. Incluso experimentamos orgullo por esta victoria.

   Seguramente psicólogos y médicos podrán dar explicaciones con mayor base científica al gusto por el dolor. Esta es la que yo he encontrado analizando mis respuestas. Aunque confieso que tampoco me importaban demasiado los motivos, me limitaba a disfrutarlo. Y a ustedes... ¿por qué les gusta el dolor?

  

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