viernes, 25 de septiembre de 2015

AMBIENTANDO EL MOMENTO

  Creo firmemente que para mantener una relación D/s solo hace faltan dos personas que se complementen, una dominando y otra sometiéndose. Sin embargo, no puedo negar que uno de los aspectos que me atráen del BDSM es su treatralidad. Lo que suele denominarse "crear una escena". No vivo una D/s de sesiones, la sumisión para mi se manifiesta en pequeños detalles de la vida diaria, pero eso no significa que no sesione. Y en esos momentos me gusta disfrutar de los detalles que ayudan a entra en situación. 
   Lo comparo con preparar una cena. Puedes pasar unos filetes por la plancha y sentarte con tu pareja en el sofá a comerlos; apartando al gato y sentándote sobre tus pies calzados con zapatillas de animalitos a juego con el pijama. O puedes cubrir una mesa con un mantel de tela, servir un buen vino en cristal de bohemia, acompañar esos filetes con una reducción de Pedro Ximenez y vestir un escotazo que haga que tu pareja quiera pasar directamente al "postre". Ambas cenas sirven a su propósito; sacian tu hambre, permiten disfrutar de la compañía y, según el momento o el estado de ánimo, nos apetecerá una u otra. Igual me ocurre con las sesiones. Cuando te entregas el Amo domina igual con bermudas y chanclas en la playa que vistiendo de Armani en una boda. Pero, ¡por pedir que no quede! 

   Hay ambientes que ayudan a entrar en situación, que te vuelven más receptiva y provocan ese estado mental donde la anticipación ya te predispone al deseo. No es lo mismo entrar por la puerta de tu casa y ver la pila de ropa por planchar y la compra por colocar que cruzar la entrada de una mazmorra. Será que, como ya dije, me gusta la teatralidad, dejar volar la imaginación y recrear ambientes que se alejen de lo cotidiano. 
   Me apasionan las mazmorras, cuanto más toscas mejor; nada de cortinas de terciopelo, alfombras persas y luz natural o lámparas de diseño. Las quiero de piedra desnuda en suelo y paredes; de recias vigas en el techo; con luces tenues y amarillentas, que creasen un juego de sombras, donde la penumbra incite a probar juegos prohibidos; jaulas con puertas que chirrían y, si están en un sótano, mejor que mejor. Completaría el ambiente con velas encendidas, que impregnaran la estancia con el olor de la cera derretida mezclado con la humedad y el cuero. No se oiría más ruido que el eco de los pasos, las respiraciones agitadas, los gemidos, los susurros, el roce de las cuerdas, el tintineo de las cadenas, el restallar del cuero al azotar... Y, muy de fondo, una leve música de cámara, cuanto más desconocida mejor, para no caer en la tentación de tararearla y perder la concentración de esa miríada de estímulos. Vista, oído, olfato, tacto e incluso gusto al besar y lamer los objetos causantes de la tortura del placer. 
    No me considero fetichista de la ropa pero no negaré que me siento más sexy luciendo lencería fina o uno de esos maravillosos corsets que tanto favorecen al realzar las curvas. También me gustan los zapatos con taconazos de vértigo, esos que crean piernas infinitas y curvan el empeine de un modo sublime. Y para el hombre, tanto da unos vaqueros desgastados como un traje y una camisa impecablemente planchados. ¡Qué imagen tan divina! 

   Aunque, siendo honesta conmigo misma, lo más probable es que ese ambiente húmedo me hiciera estremecer más de frío que de deseo; que los ácaros de las vigas desencadenaran la alergia; que cayera de bruces al no saber andar con taconazos; que me desconcentrara la posibilidad de desgarrar la lencería en ese ambiente tan hostil o que me durmiera si me quedo mucho rato en una jaula con tanta tranquilidad... Y es que mis deseos y mi parte racional llevan años a la gresca, tanto que a veces ni yo me entiendo...

  ¿Y ustedes? Puestos a pedir sin restricciones (ya se que lo que más importa es la persona que tengas a tu lado, demos por hecho que existe), ¿qué ambientación prefieren?

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