viernes, 14 de agosto de 2015

LA SUMISIÓN DE LOS PEQUEÑOS GESTOS

  Me gusta ver cosas hermosas; contemplarlas, disfrutar de su armonía y de las sensaciones que transmiten. Hay fotografías de estudio de temática BDSM que son auténticas obras de arte. Llenas de belleza, sin duda un placer para la vista. En ellas se ven “sumisas” (modelos) contorsionándose en posturas imposibles del shibari; mostrando las perfectas líneas de sus cuerpos, desnudos o aprisionados en esos maravillosos corsets que tanto estilizan; sirviendo al “Amo” (modelo) desde la altura de sus interminables tacones de aguja; adoptando posturas humildes para ser azotadas de mil y una formas distintas... Me encantan, de verdad. No las fotos burdas de un dominante mostrando su virilidad, sino las obras de arte de estudio, dignas de estar en una galería fotográfica... Pero luego pienso en qué significa la sumisión para mí y llego a la conclusión de que ninguna de esas maravillas me representan.

 Es una delicia sentirse atada, ser la percha para esos intrincados nudos que se clavan, excitan, marcan... ¡Y qué decir de los azotes! Estar a merced de alguien a quien cedes el poder de hacer con tu cuerpo lo que te plazca... O lucir esas joyas de ropa fetish que tanto favorecen... Me gustan todas estas cosas y muchas más... Pero no, ninguna de ellas me definen como sumisa. Todo ésto, para mí, no dejan de ser “juegos” dentro de la relación; contribuyen a crear ambiente, a dar y recibir placer, pero mi sumisión sería igual sin ellos (bueno, quizás menos divertida ;) ).

  No me define como sumisa el número de azotes que soporto, tampoco mi lista de límites o mi destreza en según que prácticas. La parte física es placentera y deseable, pero lo que me marca es la parte mental. La sumisión para mí no depende de las aptitudes, esas se desarrollan con el tiempo y la práctica. No. Lo que realmente me importa es la actitud. Y esa, intento demostrarla y vivirla en los pequeños detalles. Esos que pasan desapercibidos a la mayoría; esos que pertenecen solo a la pareja, que demuestran conocimiento, confianza, complicidad... Ese anticiparse a los deseos del Amo; sorprenderle con cualquier detalle que sabes que le gusta; mostrar sumisión en las rutinas diarias, cocinando sus platos preferidos, asegurándote que su copa esté siempre llena, no interrumpiéndole cuando habla, ¡dejándole la última cucharada del postre!, hablando sin imponer tu criterio, pidiendo sin usar imperativos (no es lo mismo “vamos al cine” que “¿te apetecería ir al cine?”), dejándole el mejor cojín del sofá, calentando su lado de la cama en invierno... ¡Hay mil detalles! En realidad, según mi modo de verlo, la sumisión y la Dominación son, en objetivos, iguales. Ambas deben buscar la felicidad del otro, cada una con las “armas” propias de su rol. No me define estar de rodillas o ser azotada; lo que quiero, lo que intento que me defina como sumisa, es la búsqueda de la felicidad de la persona a la que me entrego. Persona, por otra parte, que a su vez busca la mía.


  Nunca me he sentido más sumisa que cuando no he querido serlo. Cuando todo es bonito, no hay problemas, la relación fluye, estás disfrutando... ¡qué fácil es! Pero las cosas se tuercen, se discute, los problemas del día a día agobian, el collar pesa y solo quieres arrojarlo lejos... y, sin embargo, ahí sigues. Muestras tu sumisión aunque en ese momento desearías darle una patada. Haces honor a tu compromiso y hablas, hablas y hablas con tu Amo para reconducir la situación. Y cuando las cosas comienzan a fluir de nuevo, entonces te das cuenta de que ahí está el secreto para que funcione. En dejar de lado el egoísmo y pensar en el otro (ambas partes). En cuidar los detalles, los que no se ven, los que no se cuantifican, los que pasan desapercibidos, los que más cuestan, los que más valen, en definitiva... los que marcan la diferencia.

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